El sábado a mediodía, un grupo de juveniles nos concentraron en BRAFA. No, no iban a disputar un partido oficial: el objetivo era jugar un amistoso con jóvenes muy especiales que nos esperaban en un lugar de la provincia de Tarragona, en una de las casas de la Comunità Cenacolo.
Tras una hora larga de viaje –un tramo por autopista y otro por serpenteantes carreteras comarcales– llegamos a nuestro destino. Entre campos de cultivo –trigo todavía verde– , una masia rodeada de otras construcciones anexas, un jardín impecable y un huerto extenso y perfectamente cuidado.
Nos recibió una persona joven, que dirige esta comunidad de jóvenes –alrededor de treinta personas– que están luchando por superar sus adicciones.
Antes de cambiarnos, nos explicó que recientemente han conseguido que les instalaran un campo de fútbol sala de hierba artificial. No es nuevo, pero está “plantado” con esmero. En cada extremo, una portería vieja, con la red hecha jirones, pero no habíamos ido a jugar en un campo perfecto. Y allí encontramos, bajo un sol que caía a plomo, a nuestros rivales: un grupo de chavales aparentemente como nosotros, pero con algo especial: su historia.
Y sin demasiados preámbulos, comenzó el partido. No necesitamos árbitro. En el Cenáculo, si uno comete una falta detiene el juego reconociendo la infracción. Fue un encuentro duro, en que se diputó cada balón y que, finalmente, perdimos, pero el resultado era lo de menos.
¿Qué es la Comunità Cenacolo?
La Comunità Cenacolo es una institución nacida en 1983 en Italia. Su fundadora, la Madre Elvira, observaba cómo la droga y otras adicciones destruían la vida de muchos jóvenes y fundó la institución, que en la actualidad cuenta con 63 fraternadades –nombre que reciben sus casas– en diversos países.
En el Cenáculo no hay nada. No hay móviles, ni televisión, ni otras tecnologías que hoy forman parte de nuestras vidas, es decir: no hay WhatsApp ni Instagram, ni play… Únicamente lo necesario para vivir dignamente. Amanecen a las seis de la mañana y en veinte minutos se reúnen, ya aseados, para rezar los misterios gozosos del Rosario. A continuación, se cambian de ropa y ya preparados para trabajar, desayunan. Y al tajo.
Cada uno tiene encomendado un encargo: jardín, huerto, limpieza… Cada cierto tiempo, el encargo cambia. Tres días a la semana, deporte. Tiempos para compartir con sus hermanos sus vivencias, sus problemas, sus luchas. Para buscar ese hombro en el apoyarse.
La clave del Cenáculo son sus tres patas: El amor de Dios y la Virgen, el trabajo visto como un don y la fraternidad. Uno de los miembros de la comunicad explicaba que, después de haber probado todo tipo de terapias, había encontrado por fin un camino para sanarse. Y lo cierto es que esta terapia da resultado y muchos dejan la comunidad habiendo encontrado un nuevo sentido a la vida y curados.
Cada uno tiene su pasado y no lo esconden. De hecho, salimos muy impresionados tras compartir unas pizzas y muchas historias en el comedor. Antes de irnos, les regalamos unas equiparaciones de BRAFA y unos balones de fútbol. Nos despedimos de nuestros nuevos amigos y emprendimos el viaje de vuelta a Barcelona.
Ya en la furgoneta, llegamos a una conclusión: la intención del viaje era ayudar a pasar una tarde agradable a un grupo de chavales luchando para salir del pozo de sus adicciones. Sin embargo, el resultado fue muy distinto: regresábamos a casa con un impacto muy profundo: un ejemplo impresionante de lucha y superación que no podremos olvidar nunca. Únicamente nos queda decir: ¡Gracias!